lunes, 23 de mayo de 2011

La plenitud


Una causa y una consecuencia… la fusión exacta si con la alquimia pudiera encontrar la fórmula de la felicidad. Esencia que desborda y contagia, que aglutina pasiones, deseos, todo aquello que se encuentra tan profundo y, a la vez, tan expuesto. La mujer en su plenitud. Estas amigas, sin notarlo y por mucho más que cuestiones coyunturales, se hallaban en un momento pleno.

Natalia vivía la plenitud a través del aire libre. Había aprendido a reconciliarse con sus propios pasos y salía a recorrer el camino de la vida, pese a todas las adversidades. Curiosamente, la plenitud hoy la representaba como una tía maravillosa rodeada de niñas que se volvieron el complemento exacto de otras épocas tristes de la familia.

Inés transitaba los tramos finales de una carrera que requirió de ella mucho sacrificio. Hoy se sentía plena al mirar hacia atrás y planificar un bello futuro con la persona que desde hacia casi una década la acompañaba.

Sabrina estaba atravesando un momento de mucha luz. Es que cuando tuvo las fuerzas suficientes para desplegar las alas de su imaginación, logró concebirse a si misma. En estos momentos se encuentra, valga la redundancia intencional, reencontrándose con su yo interno y con la voz de sus deseos postergados. Además, se anima a ser feliz de la mano de un hombre que le resulta incondicional. 

Carolina comenzaba a manifestar todos los años de conocimientos adquiridos. Tras una larga espera, y algunas decepciones, empezaba a hallar su rol profesional, ese único eslabón pendiente en la cadena de felicidad que desde hacia varios años venía construyendo. Rompía sus rutinas de estudio y noviazgo, pero tomaba el riesgo para descubrirse.

Romina se percibía a sí misma en un proceso de reflexión y aceptación. Nunca se quejó mucho de su vida, prefería más esforzarse por conseguir lo que se proponía. Con una carrera en marcha, un familiar muy querido a unos cuántos kilómetros y una relación que le demandaba la típica frase hecha “creeroreventar”, se anima a enfrentarse a sus miedos con la templanza del pensamiento que la caracterizaba.

Eugenia estaba revolucionando sus propios esquemas. Desbordada completamente por lo real de la cotidianidad, comenzaba a rozar la felicidad. Dejaba de lado las recetas para el amor y se decidía nuevamente a arriesgar: ¿Qué podía haber peor que un hombre? Otro hombre. Deshaciéndose de sus idealizaciones, se permitía encontrar su brillo interior, ese que daba tanto sentido a la vida de quienes la rodeaban. En lo demás, Eugenia ya era una señorita profesional con todas las letras y un título en puerta. 

Martina estaba un poco más alejada de la plenitud. Inmiscuida en sus decepciones, había perdido el sentido de la vida. O al menos de la vida que había mentado para si: a su rol profesional no lo hallaba y comenzaba a replantearse tantos preconceptos; su vida de ama de casa la ahogaba, al igual que el modelo de mujer que se negó a desear; se sentía en un pozo profundo del que no podía salir y que, justamente, la hacia sentirse vacía. Pero algo la animaba a esbozar la felicidad: varias personas que la acompañaban, especialmente un ser que le devolvía la sonrisa y se transformaba en su complemento. Tenía todo lo que a que ella le faltaba, sobre todo tranquilidad y "desacelere". Martina lo admiraba y adoraba observarlo, aprender de su experiencia de vida.   

Reflexión de cierre: ¿Es realmente la plenitud una virtud de UNA MUJER EN FORMACIÓN? La mujer como ser es plenitud. Ella es un eterno “estar siendo” en este mundo hostil que la pone a prueba a diario. Los desafíos la hacen crecer y es tan inmensa como indescriptible. Quien diga que conoce a las mujeres, miente. El misterio las envuelve y desvela a muchos. Tan llena que estalla en aprendizaje. Si pudiera emplear un significado para la plenitud, probablemente diría que es ese trayecto cotidiano a la felicidad, todo lo que hallamos y construimos sin darnos cuenta mientras tratamos de vencer represiones y alcanzar nuestros deseos.

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