domingo, 26 de septiembre de 2010

La envidia

Inés y Romina conocían perfectamente lo que significaba LA ENVIDIA.
Años atrás se habían convertido en cuasi hermanas y llegaron a convivir, prácticamente. Todas las mujeres tienen épocas inolvidables y la de Inés, sin dudas, había sido esa. Presa de sus primeras pasiones una chica puede no ser sólo rehén de un tipo, sino también de la fila de pretendientes que este posea.
Romina era muy generosa con Inés tanto que hasta llegó a ofrecer su pelo a una NSN (No Sos Nadie) para que se lo sujetara con fuerza en un bar, en busca de justicia por su chico. Inés tenía un nuevo novio y él una ex apodada (sin connotaciones) la Negrita, quien sintió que le quitaban lo que era suyo. Por ende y, cual Mujer Maravilla, se prendió de los pelos de Romina, que evidentemente en esa situación ligó por ser la amiga de Inés.
Pero ella también tuvo sus propios inconvenientes. La envidia es la muestra fiel de que a algo que considerábamos propio lo tomó alguien más y lo hizo suyo. Muchas veces es la irresolución de problemas internos lo que lleva a creer que los demás son los culpables de todo lo que ocurre; cuando no se quiere ver la realidad mirar críticamente la vida de los otros es lo más cómodo.

Romina hace unos años conoció a quien hoy es su novio pero, como todos los comienzos, no fue nada fácil. Encontrarse era complejo y las opciones acotadas (al igual que las iniciativas de él). La primera cita oficial fue en un bar, pero lo que Romina desconocía era que estaba entrometiéndose en terreno ajeno. El lugar de encuentro era una esquina céntrica y ella fue la primera en llegar, pero no la única. Una señora se acercó a echarla de su lugar de trabajo: era la madama de la cuadra y Romina desconocía que al esperar allí le estaba robando eso que era suyo: la señora creyó que ella le quería robar sus clientes. Para qué explicar más… con dejar la zona despejada alcanzaba y así fue.

Por regla toda mujer despechada con su ex siente envidia de su nueva adquisición y por esa situación estaba transitando Martina. Si bien ella estaba acompañada por un hombre ideal, no podía evitar sentir bronca y vergüenza ajena de la nueva “joyita” que su ex chico intentaba esconder. Una NSN que se jactaba de ser “zurdita” pero se reconocía fanática de la revista Cosmopolitan ¿¡Dónde había estudiado teoría política esta hija del Señor!?. Eso es la envidia en su estado más puro; no soportaba la idea simplemente porque Martina deseaba que lo que ella había dejado ir siguiera estando dentro de su área mental de dominio (de por vida), así supiera que nunca más estarían juntos. 

Reflexión de cierre: ¿Es realmente la envidia un estigma de UNA MUJER EN FORMACIÓN? Definitivamente sí. Es claro que en diferentes grados, que aumentan de manera inversamente proporcional a la autoestima que cada una posea (mientras más envidia, menos autoestima).
Nadie quiere lo que nadie desea… Y así es en todos los ámbitos de la vida. Parte de formarse es comprender que a medida que se crece, también se madura y se dejan atrás muchos fantasmas. En muchos casos responde a una pauta cultural o una beta de convivir en sociedad: todos viven en comunidad y rozar con otros no siempre es sencillo, aunque probablemente la clave sea la predisposición.
Reconocerse como individuo dentro de una masa social que masifica y en la cual se necesita, como seres sociables, inmiscuirse requiere de la diferenciación (lo que no significa volverse un freak o rarito). Un mecanismo corriente en esa búsqueda de la individuación se relaciona con la envidia: ver los defectos en los demás, pero resistirse a asumirlos como propios. Por último, desear lo que los otros poseen es una postura simplista que esconde el miedo a luchar por conseguirlo.      

domingo, 19 de septiembre de 2010

La tristeza

Estas mujeres habían sentido, en muchos momentos de sus vidas, tristeza… de sí mismas, de y por los demás… Lo que aún no habían comprendido es que ese estado anímico era el leitmotiv de ser mujeres en formación.

Sabrina estaba atravesando una situación límite, de esas que provocan una tristeza honda, que la llevaba al extremo de somatizar encerrada en su habitación –como si dentro de su cuarto pudiera huir de ese mundo malvado que no la comprendía, cuando ni ella misma lograba entenderse-. Crecer simplemente significa sufrir –todas recordarán cómo les dolían las lolas en épocas de pubertad, qué nostalgia-; el sufrimiento siempre va acompañado de tristeza y a Sabrina le costaba concebir un presente sin atarse a un futuro que ella no deseaba. Uno es el reflejo de los padres hasta que decide desentenderse de esa imagen prefabricada y construir una propia. 

Eugenia sentía la tristeza que ameritan los momentos previos a una definición dolorosa. Martina había pasado por algo similar tiempo atrás al tomar una decisión definitiva con respecto a un gran amor. Lo definitivo la atemorizaba, la envolvía en dudas insalvables porque ella nunca había decidido por si misma en cuestiones relevantes –eso también es crecersufrir-. Ella pensaba demasiado y, en una noche de insomnio, dimensionó la magnitud de lo definitivo: trazando una analogía muy bruta comprendió que hay cosas que no tienen retorno como la muerte de “Cucula”, la perra que acompañó a ella y su familia durante trece años. Ese sin sabor de saber que algo no ocurrirá nunca más provoca una tristeza asfixiante; con los hombres muchas veces ocurre lo mismo y Eugenia, a la inversa de Martina, sentía tristeza por la definición que alguien más estaba llevando a cabo por ella.

Natalia sabía exactamente qué significaba al vivir una prueba muy fuerte cuando un ser muy querido atravesó por una enfermedad grave. Ella había asumido ese dolor a su modo, reservándose, preservándose. Enfrentarse a la enfermedad, acompañar a esa persona la hizo madurar de golpe y darle un sentido muy particular a un irrelevante corte de pelo; las promesas son la respuesta más humana a un ruego desesperado y Natalia estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.    

Reflexión de cierre: ¿Es realmente la tristeza un estigma de UNA MUJER EN FORMACIÓN? Antes que nada es un estado de ánimo que no discrimina sexos y de la que los hombres generalmente se avergüenzan por su condición de “machos” –frase hecha: los hombres no lloran-.
La tristeza se manifiesta de distintos modos de acuerdo a las personalidades y va acompañada de otros sentimientos como el vacío, el dolor, la desesperación… Es por ello que cala tan hondo, a veces puede traducirse en un llanto profundo hasta que se agotan las lágrimas y falta el aire para respirar, otras solamente con un rostro perdido…
Más allá de las expresiones corpóreas, la tristeza es propia de la condición humana, sólo es necesario comprender que hay momentos en que es imprescindible tocar fondo: a través de las crisis se aprende y, aunque aprender a la fuerza no suene muy pedagógico, a veces es la única alternativa posible. Crecersufrir conduce a lugares maravillosos, porque son únicos y personalísimos -de allí que resulte inútil comparar la tristeza propia con la de los demás, creyendo que es irrelevante o egoísta-, porque deben significar un trance, un medio para buscar la dicha. Al fin y al cabo todos se deslizan por esta vida cuestionándose qué es e intentando arribar a lo cúlmine, a la felicidad.    

domingo, 12 de septiembre de 2010

La estupidez

Martina y Natalia creían haber asistido a la humanización de la estupidez cursando con Ariana*, una compañera de la secundaria que se sentaba en los bancos de una escuela de monjas con su uniforme corto (extremadamente corto) sin notar que sus amiguitos varones fotografiaban la única gracia que tenía (su culo).
Le habían hecho sentir lo que es el infierno de una mujer despechada (le quitó un noviecito a Martina) hasta que la madre de Ariana, maestra de la escuela, las llamó para interceder por la inmaculada de su hija, una estúpida que le daba significado a cada una de las letras que conformaban ese adjetivo.

De todos modos, Martina descubrió que estaba muy equivocada, que los casos extremos de estupidez son una patología congénita del sexo femenino. Así, realizó un hallazgo que la volvía aun más tonta: las dos categorías de MUJERES ESTÚPIDAS.
-La mujer estúpida comprometida es aquella que trata de autoconvencerse de que su novio se quedó sin batería o sin señal dentro de un bar, un sábado a la madrugada. El caso paradigmático es el de la que acepta recibir un mensaje cliché al estilo “gordi estaba dando vueltas y justo pase al frente de… (bar xxxxxxx) y me quedo un ratito. Te amo.”
-La mujer estúpida soltera es aquella que traslada sus traumas de parejas anteriores a las venideras. Es capaz de estropear todo en cuestión de segundos, simplemente porque no logra entender que si comenzó “una relación” con un tipo que le dice: “nos vemos cuando tenga tiempo, me lo voy a hacer en algún momento, lo prometo”, le cree. Para empeorar el cuadro nunca llega a captar la idea de fondo losúnicostiemposqueimportan/importaránsiempresonlosdeél.

Eugenia y Martina eran “los estereotipos”, habían rozado la estupidez crónica muchas veces. Hoy se encontraban haciéndose compañía ante dejadas inminentes. Se habían vuelto una pareja hecha y derecha. Se odiaban mutuamente por sus aptitudes frente a la vida: tenían la increíble capacidad de variar sus estados anímicos de acuerdo al momento del día que atravesaban y esa simbiosis les destrozaba en miles de pedacitos sus autoestimas… Al menos se consolaban mutuamente. En el fondo estaban creciendo e intentaban ser felices.

Las demás amaban jugar al gallito ciego; todas las mujeres pueden entronar a un tipo y bajarlo de un ondazo (Importante: lograr lo segundo en el instante preciso). A Natalia eso le costaba bastante pero, después de varios intentos fallidos, alguna vez lo pondrá en práctica.

Reflexión de cierre: ¿Es realmente la estupidez un estigma de UNA MUJER EN FORMACIÓN? Honestamente, la vida de una chica siempre es sacrificada. No vamos a caer en lugares escatológicos relacionados con sangre, partos y la larga lista de suplicios físicos a los que la naturaleza la somete. Presa de una sociedad patriarcal, se vuelve complejo hallar un lugar de preponderancia y, en esa búsqueda, hacer el papel de estúpida muchas veces es un atajo; otras sencillamente un salto en caída libre.

*Este personaje no responde a las cuestiones de formato prestablecidas de este espacio virtual por su irrelevancia.

lunes, 6 de septiembre de 2010

El día que me quieran...






Se conocieron de antaño, cuando las toallas de Frutillita eran furor en las casas de toda aquella mujer que se atreviera a portar dos colitas. 
Martina tenía una materia pendiente: nunca le habían regalado La Juliana Periodista, pero siempre armaba una radio a escondidas reproduciendo las canciones cortadas (por la publicidad) que rescataba de las emisiones del momento, Elvis Crespo con su hit “Suavemente” era un lugar común.
Natalia había vestido a todos sus hijos de plástico y gozaba cuando a su muñequita se le pigmentaba color rosa el pelo o, simplemente, había que cambiarle el pañal porque tenía problemas de esfínteres (provocados intencionalmente por los creadores de juguetes para darle un espectro de realidad).
Romina nunca había realizado demostraciones gourmet en el barro, ni aprendido a andar en bicicleta. Pero era la niña más auténtica, siempre mirando hacia adelante. Prácticamente no recordaba el pasado maravilloso propio de un lugar donde el sexo fuerte era el femenino.
Eugenia era la envidia del jardín ya que llevaba la chula más tirante, esa que no le permitía siquiera fruncir el seño para fijar la vista en un punto de la pizarra decorada con tizas de colores.
Inés era la más popular de la salita ya que había conseguido que el niño más deseado le robara un beso en la boca mientras se escondían debajo de una mesita. Pero aparentemente a su madre esa popularidad no le agradó y revolucionó la paz de las señoritas con sus quejas.
Sabrina había retratado su gran incógnita en un dibujo de “qué querés ser cuando seas grande”. Era la chica deportista que participaba en cuanta competencia existiera. La amiga ideal de los varones, la envidia de las nenas.

Mentadas hoy con aquel bagaje a cuestas, cada una emprendía su vida como podía o se les permitía.
Martina había llevado una vida tan acelerada que con 22 años ya había ido Córdoba, estudiado dos carreras, convivido con varias personas y vuelto a su casa a fumar a escondidas al patio porque sus padres, si bien conocían su adicción desde los catorce, no la dejaban “matarse con tanta tranquilidad”.
Natalia persistía en sus estudios, al igual que Romina. Con una vida cuasi realizada para la realidad de sus ciudades de origen: un novio de años, estudiantes, trabajadoras. Aunque a Romina eso le importara bastante poco, salía de todos los estereotipos y era la más comprensiva.
Eugenia después de un desliz decidió regresar a la paz de su hogar y organizarseadaptarsefirmarsusentenciademuerte allí. Con un divorcio mal curado, era el sostén de todos menos de ella. Incluso de un niño que la había “acompañado” durante sus mejores años de teen.
Inés, increíblemente, se había convertido en Susanita y era la envidia de todas las Mafaldas. Comprometida al extremo de falsificar un certificado de convivencia para comprar un terreno –hogarpostmatrimonial- con su chico. De seguro ella con sus propias manos construiría ese hogar.
Sabrina se encontraba en medio de unas vacaciones reflexivas e internas, de esas que nos hacen crecer a la fuerza, acompañada de ese chico que había buscado en algún anterior sin éxito. 

Todas tenían algo que contar desde sus historias simples y, al fin al cabo, intentaban huir de los SIETE ESTIGMAS DE UNA MUJER EN FORMACIÓN:

- La estupidez
- La tristeza
- La envidia
- El vacío
- El autoretrato
- El estereotipo
- El karma