viernes, 16 de septiembre de 2011

La lealtad

Si hay un algo material a lo que toda mujer le tuvo, le tiene y le tendrá lealtad es a las muñecas. Rubias, de ojos celestes y delgadas; castañas; bebotes…  hombres y mujeres plásticos. Criaturitas a las que había proteger por el simple hecho de que estaban prefabricadas para vendernos una realidad.

¿Pero qué es realmente lo material o lo objetivado: la muñeca o la infancia? Construidas para construir un ideal de mujer en la mente de todas las pequeñas, a decir verdad también constituían un momento de diversión donde se dejaba volar la imaginación. Depositarias de todos los deseos de una niña o niño, ellas permitían vivir la vida adulta de un modo inocente. 

Martina nunca fue muy devota de las “Barbie”, prefería emplear su propio cuerpo para realizarse como cocinera -en el arenero de su patio- o periodista –con la radio y un grabador-. Si tuvo un sueño frustrado fue no haber recibido nunca la “Juliana Periodista”, mientras tanto se contentaba imitando en la vereda de su casa a “Las tres marías” –siempre quería ser María Eugenia- o “Chiquititas” –ella, por una especie de acuerdo implícito entre los vecinitos de la cuadra, era “Pato”-…

Inés no tenía muchas “Barbie”, pero jugaba con las de Natalia y podían pasar toda una tarde inventando historias de amor con sus compañeritos de la primaria. El “ken” era un personaje fundamental y probablemente respondiera al nombre Franco, es que tenían demasiado en común. También disfrutaban de patinar con los roller por la rampa del garaje de Natalia y hacerle la vida imposible a Juana*.

Eugenia era la típica hija de ensueños con la colita al costado y enteritos de todos los colores, era la niña mimada de la familia. De allí que tuviera todos los juguetes que deseara… su femeneidad iba en directa proporción con la decoración de su habitación –que en la actualidad conserva: flores, corazones…- y era tan angelical que sus “Barbie” no besaban a un “Ken” que ya hubiera besado a otra. Se parecía bastante a Romina que era tan impecable que nunca jugó con barro y casi no tiene recuerdos de su infancia.

Reflexión de cierre: ¿Es realmente la lealtad a las muñecas un recuerdo de UNA MUJER EN FORMACIÓN? Creadas con el fin de prestarle a la mujer su existencia para volverla adulta,  por unos instantes, las muñecas representan todo aquello que ella deseaba ser. Probablemente a imagen de su madre, abuela, o algún personaje de  televisión, ellas tenían el poder suficiente para ser grandes y exclusivas: una especie de mujer a la carta.
El resultado es esa inmensa lealtad a las tardes completas creando ficciones tan reales, tan puras. Y es que hasta cuando se trataba de bebotes demandaban  cuidado; justamente por esa cuota de personificación que les faltaba se volvían indefensas y protegerlas a ellas era, en parte, desarrollar un instinto maternal y, a la vez, un deseo de autorealización. Mentadas para darle a esa mujer en formación una vida, ellas no sólo merecen respeto y lealtad, si no también una mirada crítica para comprender cuál es el estereotipo industrial que se le quiere imponer desde pequeñas.


*Personaje de poca trascendencia para esta historia, aunque se inmiscuyó en varios momentos de la vida de estas mujeres, algo así como una cuasi amiga que hoy les huye en los boliches.

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