lunes, 25 de octubre de 2010

El karma


Increíblemente el karma siempre se concibe como un peso con el que se debe cargar, pero en realidad hace referencia a los actos que se traducen como causa de distintos efectos. Por ende, de manera indudable cada mujer debería ser consciente –al menos- de su karma.

Inés sabía que el suyo era Córdoba. Lamentablemente para ser profesional el día de mañana debía posponer cuestiones maravillosas de su presente y el rechazo a “la docta” era el modo de manifestar su disconformidad con su situación actual que distaba de la completud.

Sabrina era su propio karma; debió atravesar duros momentos de tristeza para vencerse a si misma, derrocar la coraza, admitirse vulnerable y hallarse en un lugar, un estereotipo y, esencialmente, un rol profesional.

Romina no tenía un karma, pero experimentaba la vida facultativa como tal. Las presiones constantes, el cansancio de la rutina de estudio y el sacrificio que le significa, se disfrazaban de decepción por algunos instantes. También debía cargar con sus amigas que, en pos de reconocerla como una gran consejera, la saturaban de problemas; aunque ella desinteresadamente prestara sus oídos y, más de una vez, lágrimas cómplices.

Natalia vivía la fase universitaria del mismo modo, sólo que tenía la facilidad de relativizar cualquier cuestión. Difícilmente se la vería llorar alguna vez, todo es motivo de risa para ella –mecanismo de defensa neto-. Casi con seguridad, ese era su karma: la dificultad para expresar lo que siente.

Eugenia poseía el suyo en el seno de su hogar. A los sufrimientos propios, se sumaban los de los que la rodeaban y tornaban muy tediosa la rutina. Debía cumplir con los roles de todos para sostener algo que otros se habían encargado de desplomar. Entre eso, comenzaba a descubrir sus dotes de mujer que la posicionaban como madre, hermana, secretaría, estudiantes, cocinera, ama de casa, conductora de un auto y de todas las situaciones desagradables -que aparecían por doquier-. No llegaba a comprender en qué momento todo se había vuelto una pesadilla, pero sin detenerse a meditarlo, tomaba las riendas de su vida y de las demás con una fortaleza innata. Creo que más de una vez le dije que era un ejemplo de vida.

Martina había descubierto recientemente su karma. No llegaba a dimensionar porqué en el último tiempo había llorado tanto por un hombre y, casi sin darse cuenta, se hallaba nuevamente llorando por otro. Esa confusión de derramar lágrimas al mismo tiempo por los dos la hizo reaccionar del motivo de su llanto: era por ella misma, por no poder concretar algo tan simple como una pareja. Se sabía diferente desde hacia mucho tiempo, pero necesitaba sentirse igual de deseada, admirada y valorada que las demás.
Como mecanismo de defensa objetivaba todo a su alrededor para que le fuera más sencillo desprenderse en el momento justo: un maquillaje se usa hasta que se gasta, se pone viejo o deja de funcionar; con la misma sencillez con la que se lo compra, se lo desecha. Intentaba hacer eso con sus propios sentimientos, pero ante la imposibilidad, halló su karma: no haber logrado nunca significar el amor para ningún hombre. Se consolaba pensando que todos pasaban, pero ahí estaba el problema: ninguno se quedaba.

Reflexión de cierre: ¿Es realmente el karma un estigma de UNA MUJER EN FORMACIÓN? Aseverando una respuesta, es la reunión de todos los estigmas que una mujer deba afrontar. El karma es más que un padecimiento o una piedra en el zapato, es todo aquello que cada una hace consciente o inconscientemente, pero con lo que siempre cargará “a lo largo de sus vidas”. Más allá de creer o no en la reencarnación, lo fundamental tal vez sea reconocer eso que se efectúa y ser, ante todo, coherente consigo misma.
Los demás estigmas muchas veces responden a imposiciones de una sociedad machista, pero este indefectiblemente es reflejo de la actuación de cada una; de aquí lo imperioso de ser consecuente con las propias necesidades, palabras o hechos que las definen como MUJER. 

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