lunes, 6 de septiembre de 2010

El día que me quieran...






Se conocieron de antaño, cuando las toallas de Frutillita eran furor en las casas de toda aquella mujer que se atreviera a portar dos colitas. 
Martina tenía una materia pendiente: nunca le habían regalado La Juliana Periodista, pero siempre armaba una radio a escondidas reproduciendo las canciones cortadas (por la publicidad) que rescataba de las emisiones del momento, Elvis Crespo con su hit “Suavemente” era un lugar común.
Natalia había vestido a todos sus hijos de plástico y gozaba cuando a su muñequita se le pigmentaba color rosa el pelo o, simplemente, había que cambiarle el pañal porque tenía problemas de esfínteres (provocados intencionalmente por los creadores de juguetes para darle un espectro de realidad).
Romina nunca había realizado demostraciones gourmet en el barro, ni aprendido a andar en bicicleta. Pero era la niña más auténtica, siempre mirando hacia adelante. Prácticamente no recordaba el pasado maravilloso propio de un lugar donde el sexo fuerte era el femenino.
Eugenia era la envidia del jardín ya que llevaba la chula más tirante, esa que no le permitía siquiera fruncir el seño para fijar la vista en un punto de la pizarra decorada con tizas de colores.
Inés era la más popular de la salita ya que había conseguido que el niño más deseado le robara un beso en la boca mientras se escondían debajo de una mesita. Pero aparentemente a su madre esa popularidad no le agradó y revolucionó la paz de las señoritas con sus quejas.
Sabrina había retratado su gran incógnita en un dibujo de “qué querés ser cuando seas grande”. Era la chica deportista que participaba en cuanta competencia existiera. La amiga ideal de los varones, la envidia de las nenas.

Mentadas hoy con aquel bagaje a cuestas, cada una emprendía su vida como podía o se les permitía.
Martina había llevado una vida tan acelerada que con 22 años ya había ido Córdoba, estudiado dos carreras, convivido con varias personas y vuelto a su casa a fumar a escondidas al patio porque sus padres, si bien conocían su adicción desde los catorce, no la dejaban “matarse con tanta tranquilidad”.
Natalia persistía en sus estudios, al igual que Romina. Con una vida cuasi realizada para la realidad de sus ciudades de origen: un novio de años, estudiantes, trabajadoras. Aunque a Romina eso le importara bastante poco, salía de todos los estereotipos y era la más comprensiva.
Eugenia después de un desliz decidió regresar a la paz de su hogar y organizarseadaptarsefirmarsusentenciademuerte allí. Con un divorcio mal curado, era el sostén de todos menos de ella. Incluso de un niño que la había “acompañado” durante sus mejores años de teen.
Inés, increíblemente, se había convertido en Susanita y era la envidia de todas las Mafaldas. Comprometida al extremo de falsificar un certificado de convivencia para comprar un terreno –hogarpostmatrimonial- con su chico. De seguro ella con sus propias manos construiría ese hogar.
Sabrina se encontraba en medio de unas vacaciones reflexivas e internas, de esas que nos hacen crecer a la fuerza, acompañada de ese chico que había buscado en algún anterior sin éxito. 

Todas tenían algo que contar desde sus historias simples y, al fin al cabo, intentaban huir de los SIETE ESTIGMAS DE UNA MUJER EN FORMACIÓN:

- La estupidez
- La tristeza
- La envidia
- El vacío
- El autoretrato
- El estereotipo
- El karma

No hay comentarios:

Publicar un comentario