jueves, 31 de marzo de 2011

La dulzura


¿Cuál es el límite que una mujer puede autoimponerse frente a su torta preferida o un kilo de helado? Relajarse, empalagarse… Reventarse por el placer mismo de darse un gusto (que puede conducirla en caida libre a un “ataque de hígado”).
Pero, trazando una analogía, ¿cuál es el límite soportable de una mujer “dulce”?

Romina tenía una capacidad exquisita: hacer percibir a los demás su propia dulzura. Sus manos habían devuelto la calma de Martina en varias oportunidades tristes y desesperantes. Con unos oídos refinados, al igual que su andar, Romina sabía escuchar. De ningún modo empalagosa, era poseedora de la palabra justa.  

Inés era en extremo demostrativa. Adoraba las caricias, los abrazos, los masajes (todo lo que Martina le reclamaba como “manoseo”). De seguro por ello Martina se dedicaba a escribir en los brazos de Inés (la única carpeta de clases que portaba) la lección de contabilidad que el profesor dictaba. Él se molestaba mucho porque, como todo hombre, no comprendía que eso era una forma de acariciarla.
Definitivamente, Inés es de ese tipo de mujeres que, sin motivo aparente, aparecerá un día por mensaje de texto o personalmente para decirte cuánto te quiere, cuán importante sos en su vida… Es deliciosamente impulsiva y eso la torna trasparente.
   
Sabrina era lo suficientemente reservada como para expresar dulzura, pero basta observarla con su hombre para desear tener un compañero al lado. Los golpes de la vida la habían vuelto más sensible y le gustaba la nueva Sabrina que empezaba a vislumbrar.

Eugenia vive en su mundo… “egoísta” a la fuerza aprendió a defender sus intereses ante todo y todos… se harta de decirle “osito” a quien le despierta cariño y con sólo mirarla fijo a los ojos se descubre su dulzura. No es casual que vistiera chula al costado y jardineros hasta los once años cuando todas ya tenían sus primeros noviecitos. 
Se autodefine como débil, tal vez su carácter en algo la avale, pero es precisamente su cuento de mujercitas lo que, la que distingue y vuelve delicadamente especial…

Natalia demostraba su dulce sabor al pronunciar palabras que la retrotrajeran a sus sobrinas… la casa se había poblado de criaturas y con ellas de plenitud, de objetos color rosa, de sonrisas entre lágrimas, de cuentos con finales felices y princesas de ensueño.  

Martina era muy poco demostrativa, no le gustaban las caricias y detestaba los abrazos;  ya que, según su entender, eran una muestra de debilidad espantosa... ¿Cómo un tipo iba a acariciarla? Iba a dejarla al descubierto frente a sus sentimientos… y (hablando en femenino callejero) después de que un chongo se dio cuenta que estás hasta las manos, no hay vuelta atrás… es más, si quisiste volver al lugar inicial él ya escapó…
La única forma que tenía de expresar sus sentimientos era por medio de la literatura, su ternura se desliza a través de sus manos dibujando letras que conforman palabras que huyen de su alma.

Reflexión de cierre: ¿Es realmente la dulzura una virtud de UNA MUJER EN FORMACIÓN? Una de las que la define hasta en el modo de caminar o masticar, la dulzura es un sello distintivo –no exclusivo- de la mujer. Delicadamente talladas, en otras épocas la mujer podía jactarse de tal luego de muchas institutrices para aprender idiomas, costura, cocina, taller literario, cómo comportarse en una reunión social. Pautas culturales, sin más. Todo lo que pule a una mujer es su propia forma de concebirse y demostrarse al mundo. Ser empalagosamente femenina no te vuelve más mujer. Todo lo dulce provoca una reacción química y física, como el amor, de aquí la importancia de la autenticidad en el tacto para desenvolverse en una sociedad que ya nos condicionó, pero se olvida de mentarnos en lo cotidiano.     

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